viernes, 8 de enero de 2016

* Hans Jonas; la pobre alma *

***El mayor deseo de que estén pasando ustedes, queridos lectores, una hermosa noche de Viernes.

Les voy a compartir uno de los tantos aportes del gran Hans Jonas, de su libro *La religión Gnóstica*.
Muchos de ustedes se preguntan sobre eso de *el alma contraria al Espíritu*, incluso el amigo Ágora Libre en su blog busca en qué parte de éste cosmos invisible están las entidades que de manera predestinada nos compelen al error, algo de lo cual parece imposible zafar.

Humildemente en mi propia interpretación de aquél post navideño les decía que en nuestro cerebro está la respuesta y que quizás esa alma esté allí o tenga conexión directa con nuestro cerebro.
Pero veamos lo nos dice Jonas sobre el alma y su lamentable programación para no permitir al Espíritu que gobierne nuestra vida;


Psicología gnóstica

La interpretación demonológica de la introspección. La desaprobación de la condición natural y de los poderes del hombre que encontramos como rasgo general en la nueva distribución de la religión trascendental está relacionada en el gnosticismo con la metafísica dualista y con la situación problemática del alma en su sistema. 
Allí donde el monoteísmo de Filón y su doctrina de la creación carecía de una verdadera teoría de la derogación, y donde el cristianismo desarrolló una, dentro de la teoría del pecado original, el gnosticismo basó el dudoso carácter del alma y la profunda incapacidad moral del hombre en la situación cósmica como tal. 

La sumisión del alma a los poderes cósmicos deriva del hecho mismo de que el alma se origine en dichos poderes. El alma es emanación de estos poderes, y estar afligido por esta psique o habitar en ella forma parte de la situación cósmica del espíritu. El cosmos es aquí, y por sí mismo, ninguna parte del cosmos carece de un demonio y si en la espiritualidad del hombre el alma representa el cosmos, o si a través del alma el mundo se encuentra en el hombre, entonces la espiritualidad del hombre es el escenario natural de la actividad demoníaca y su yo estará expuesto a un juego de fuerzas que no controla.

Puede considerarse que estas fuerzas actúan desde el exterior; sin embargo, pueden actuar de esta forma porque tienen su equivalente en la constitución humana, una constitución dispuesta a recibir su influencia. 
Estas fuerzas cuentan con una ventaja inicial frente a la influencia divina, al estar aisladas como el sistema cósmico del reino trascendente, y ocultas como el espíritu interno por la psique. 

Por tanto, es condición natural del hombre ser una presa de las fuerzas extrañas que, por otra parte, le son tan propias; y otorgar el poder que el pneuma prisionero necesita para hacerse valer requiere la llegada milagrosa de la Gnosis desde el más allá, *si gracias al sol alguien recibe un rayo brillante sobre su parte divina =aunque el número de aquellos que son iluminados es escaso=, el efecto de los demonios sobre él queda anulado ...

Todos los demás, tanto en sus almas como en sus cuerpos, son arrastrados por los demonios, pues les resultan gratas las energías de los demonios y las aprecian. 
De modo que, sirviéndose de nuestros cuerpos como instrumentos, los demonios se hallan al frente del gobierno terrenal. 

Es a este gobierno al que Hermes ha dado en llamar *destino* =heimarméne=.



Este es el aspecto interiorizado del destino cósmico, según el cual el poder del mundo sería un principio moral: en este sentido la heimarméne sería el gobierno que los legisladores cósmicos ejercen sobre nosotros a través de nosotros mismos, y su manifestación sería el vicio humano de cualquier clase, cuyo principio común no sería sino el abandono del yo al mundo. 
Así la existencia intramundana es esencialmente un estado del ser poseído por el mundo, entendido este término en su sentido literal, es decir, demonológico. 

En una fuente bastante tardía, encontramos incluso, como término que contrasta con el de hombre espiritual, la expresión *hombre demoníaco*, en vez del habitual *psíquico* o *sárquico* =carnal=. Cada hombre, según explica el texto, está poseído desde la infancia por su demonio, el cual sólo puede ser expulsado por el poder místico de la oración una vez extinguidas todas las pasiones. En este estado *vaciado* el alma se une con el espíritu como una novia con su esposo. El alma que no recibe a Cristo de esta manera sigue siendo *demoníaca* y se convierte en morada *de serpientes*.

Para apreciar la gran distancia que separa esta posición de la posición griega, sólo tenemos que recordar la doctrina griega del *demonio guardián que nos acompaña desde el nacimiento*, y comparar el degradado concepto de *demonio* del gnosticismo y el cristianismo con el clásico, el cual denotaba la existencia de un ser superior al hombre en la jerarquía divina. La distancia es tan grande como la que separa las dos concepciones del cosmos, y de las cuales el concepto de demonio es su manifestación directa. 

Poco queda de la idea clásica de la unidad y de la autonomía de la persona. Contra el orgullo y la confianza un tanto superficial de la psicología estoica en el yo, al que considera dueño absoluto de su morada, conocedor absoluto también de lo que es y de lo que sucede en su interior la aterrada mirada gnóstica contempla la vida interior como un abismo desde el cual los poderes oscuros se levantan para gobernar nuestro ser, un ser no controlado por nuestra voluntad, ya que esta voluntad es instrumento y ejecutor de esos poderes. 
Esta es la condición básica de la insuficiencia humana. *¿Qué es Dios? Un bien inmutable. ¿Qué es el hombre? Un mal inmutable* =Estobeo, Ecl.1.277.17=.

Abandonada al remolino demoníaco de sus propias pasiones, el alma impía grita: 
*Estoy en el fuego, me abraso... soy devorada, pobre de mí, por los males que me poseen*. 
Incluso la experiencia contraria de la libertad espiritual es más receptora que autora: 
*la parte racional no se somete a las órdenes de los demonios, lista como está para acoger a dios*.

Gilgamesh***

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