viernes, 8 de mayo de 2015

* Desposeer sin imágenes *

***Hermosa noche viernes para todos.

Cuando debo retroceder en el tiempo para buscar algo que me sea útil en el presente, y éste presente amerita que lo haga, me retrotrae a los duros años en que perdí a mi madre. Yo tenía 14 años. Diría que cientos de personas se acercaron para dar el típico pésame, frases de afecto y todo lo que se suele decir.
Todos muy bien intencionados, con la mejor onda, sin embargo puedo afirmar que todo fué inútil.
Ninguna cosa fué para mí, motivo de sobrellevar el momento que me tocó vivir.
Inutilidad que con el correr de los años aprendí a razonar.
Todos podemos tener conocimiento sobre innumerables temas, tácticas, procedimientos, etc., de cómo obrar ante una situación límite, sin embargo, el cuero es de uno y no de los otros. La salida de mi dolor fué un natural proceso, procesos que en cada quien llevan distinto tiempo, incluso, lamentablemente para muchas personas el proceso puede durar toda una vida.

El proceso depende mucho de quienes nos rodean, familia-amigos, y depende de qué clase de vida hemos llevado.
Imaginarán que a mis 14 años el bagaje de *tiempo vivido* era exiguo, inmaduro, verde.
Es decir que mi único pasado era prácticamente el de un niño casi adolescente, mucho más en aquellos tiempos tan distintos.
Francamente les confieso que necesité un largo tiempo de soledad, me cerré al mundo, introspección ayudada por la música y algo de deporte.
La pérdida de mamá me hizo tomar consciencia de la muerte y lo que se siente *perder*, más que tomar una consciencia cabal y madura.
Temía *encariñarme*, conocer nuevas personas porque no quería volver a sentir el dolor de perder a alguien más.
Una sombra de miedo se cernía en mi mente ya que mis seres más amados eran unos cuantos, papá, hermanos.
Siempre rogué a un dios al cual no le ponía nombre, que mis seres queridos vivieran muchos años, al menos hasta que yo fuera lo suficientemente grande y maduro como para poder soportar otra pérdida.

Ese dios me escuchó, y desde esos días solamente perdí a mi papá, que murió a los 86 años.
Después, la vida me encontró siendo un jóven adulto, formé mi propia familia.
Transformado en padre, pensé en los hijos..., pedí a mi dios que me permitiera estar vivo al menos, hasta que los hijos dejaran de ser niños adolscentes.
Mi dios me escuchó y ya no queda nadie por quien yo necesite pedir más prórroga para seguir viviendo.
A partir de ese momento tomé consciencia de que ya no estaban mis padres, me quedan los hermanos, los hijos ya no dependen de mí para vivir, y uno...siente que la lista se achica...
La pregunta es inevitable...¿seré yo el siguiente?.
Desde esos días de hacerme la pregunta comprendí que debía prepararme, y si bien por más conocimiento que se tenga, nadie lo sabe hasta que el momento llega, comencé a ejercitarme a mi manera.

He comprendido que el desapego es la única forma, aquél concepto mío juvenil de *perder* era en realidad un sentimiento egoísta, porque se sufre al sentir que la muerte de un ser amado es haberlo perdido, pero en realidad es la ausencia física, que no es lo mismo.
Mi mamá querida..., la disfruté tan poco...apenas 14 años, pero eso no me quitó su presencia, y no hablo de fantasmas ni espíritus que revolotean cerca de uno para protegerlo, no, no..., hablo de su inmortalidad que se hace realidad en mi sentimiento, en mi pensar, en la forma que su muerte aún siendo una pena enorme, fué lo que me hizo ser lo que soy. 

La muerte de mi padre que me tomó a mis 39 años fué otra experiencia muy distinta. Lloré todo lo que debía llorar, pero fué breve, entendiendo que el viejo dejaría atrás los pesares de su vida, porque sus amores se fueron con él y se quedaron en nosotros.
Me sigo preparando en el desapego, no soy ni seré imprescindible para nadie, me llorarán como yo he llorado, y la vida continuará para quienes sigan aquí.
Yo me llevaré sus amores, y ellos se quedarán con el mío, tal como me ocurrió cuando a los 14 el mundo se me venía abajo y sin embargo el mundo no se inmutó por mi dolor, siguió girando como siempre desde que Sofía lo puso a dar vueltas.

Resulta increíble que durante nuestra existencia podamos intuir, hasta saber algo que puede ocurrir en el futuro, pero hay algo de lo cual nadie escapa, es la única certeza de nuestra existencia física, y es que un día...vamos a morir.
Hay personas que se enteran que van a morir porque una enfermedad les anticipa la mala noticia, pero todos la tenemos ahí...esperándonos y la diferencia es que desconocemos cuando. Si supiérmos la fecha de nuestra partida seguramente intentaríamos saldar cuentas con los demás, ya que nada podríamos reclamarle a otros para un viaje que no necesita de valijas. 

Y ésto de *vivir-morir* está lleno de imponderables. Cada segundo alguien se está muriendo en un mundo de 7 mil millones de humanos, y por suerte, somos tantos como para no saber quién se está muriendo porque sería insoportable, excepto para el círculo ínitimo de esas personas.
Uno puede estar sanísimo, saludable, fuerte, y la muerte aparece en cualquiera de sus múltiples variantes y se lleva a quien quiere, niño o viejo, hombre o mujer, sabio o ignorante, rico o pobre.

Eso está ocurriendo mientras yo escribo y no lo tomamos en cuenta.
Si pudiéramos tener el ojo de gran hermano en cada hospital o en cada sanatorio, clínica, del vasto mundo, veríamos a un ejército de convalecientes en estado comatoso, de asistencia mecánica, en fin...gente que está por partir, y entre medio, otros parten sin previo aviso, desde un niño que acaba de nacer, hasta alguien súper saludable, es decir que podemos irnos antes que los que están en los hospitales convaleciendo.

Imponderables de la vida-muerte.
Por eso, aunque nos quede poco o mucho de éste hilo de plata que nos mantiene viviendo, hay que tratar de desapegarse, saber que el mundo seguirá girando sin nosotros, que quienes creemos =no soportarán nuestra partida= van a aprender a vivir por sí mismos tal como lo hemos hecho quienes ya perdimos a unos cuántos.
Seguir viviendo es una experiencia intransferible que no acepta de patrones ajenos, hacemos camino al andar, con o sin.

Personalmente, considero que para partir hay que estar tranquilo, tranquilo con los que quedan, y tranquilo de saber que nada de lo que hemos *poseído* nos será útil para el viaje. Por eso *saldar* no es reclamar nada, por el contrario nosotros debemos perdonar y pedir perdón a quienes hubiéramos dañado o producido dolor por nuestras actitudes. Quien no perdona deja de ser un problema ya que el rencor es asunto del que lo siente y ya no de nosotros que hemos solicitado el perdón de manera sincera y sentida. Tenemos muchas cosas que nos atan, somos nuestra casa, nuestro perro, nuestros hijos, nuestros padres, nuestra pareja, nuestro dinero, nuestro coche...pero nada de eso se hereda del otro lado.

Si no se hereda más allá, hay que ir dejando de sentir posesión, porque las alas no podrían soportar el peso de tantas cosas.
Increíblemente, las cosas más livianas son las más poderosas...por ejemplo el amor de quienes nos lo han dado, mejor dicho, nos lo han prestado para pasar por la vida física en estado de gracia. Quedarse vacío no implica quedarse solo, la soledad no existe más que en el miedo a desconocer nuestra propia escencia.
Con ella venimos al mundo, y con ella nos iremos, y nada más necesitamos para el viaje.

Ir abandonando las posesiones, sean materiales como emocionales es el mejor ejercicio para re-encontrarnos con nuestra escencia a la hora de partir.
Nada ni nadie nos pertenecen, ni de quienes fuimos paridos ni a quienes parimos.
Nuestros boletos de compra venta, nuestras partidas de nacimiento, nuestro DNI, son como la ropa que llevamos puesta, inútil para la inmortalidad que nos espera, y solamente necesarias para pasar por éste mundo material donde todos estamos identificados..
No sé ni la fecha, ni el modo, ni me importa ni quiero saberlo, porque indefectiblemente me iré y ya me estoy yendo, porque en cada tic tac que da el reloj es menos tiempo y no más tiempo. 

Gran razón para vivir lo que me quede aún sabiendo que puede ser poco o mucho, amando, dando felicidad a otros, y no pensar en mí...
Recibir de la vida lo que quiera darme, no pesar, no medir, no calcular nada, ser..., vivir es seguir siendo lo que soy o lo que quiero ser, muchísimo pero muchísimo más allá de lo que otros esperen de mí, no los poseo ni me poseen, interactúo con ellos pero debo asumirme como una unidad separada, autónoma, ligera, liviana, que seguramente deberá regresar a ese todo que somos cuando no se nos ha cortado en pedazos como ahora, porque somos pedazos de un todo que necesariamente debe aglutinarse para seguir cumpliendo otro rol en donde nos toque existir.

No morimos, en realidad la palabra morir viene a ponerle imágen y sentimiento a una condición que es en realidad un viaje, un cambio de estado, una nueva misión, un nuevo nivel, en definitiva...algo nuevo y distinto a ésto que nos ha tocado ser.
Justamente por éstos días he regresado después de 12 años de la muerte de mi padre, a su casa.
Pude ver todas sus cosas, esas que él tanto cuidaba, mezquinaba, amarrocaba, sus cantidades de fierros, tuercas, tornillos de todo tipo y medida, sus herramientas por las que seguramente hubiera matado si se las quisieran robar...Y todo estaba ahí....

Un carro tirado por caballos, conducido por un jóven de esos que la sociedad llama indigente, juntó los cien kilos de fierros que saqué a la vereda y se los llevó, seguramente para venderlos y hacer unos pesos.
No podría imaginar a mi padre viendo que sus preciadas posesiones terminarían siendo regaladas a quienes alguna vez considerara como...pobres.

Tanta acumulación para nada, tanta previsión para nada, tantos resguardos para nada...
Seguramente que papá, hoy desde su otra morada esbozaría una sonrisa en lugar de un ceño fruncido, porque diría; *hijo..¡gracias! me has hecho justicia, aquí no necesitaba nada de eso, y el muchacho del carro que aún vive, ¡sí!*. El viejo me diría sabiamente que estoy aprendiendo a despojarme de muchas cosas, cosas que amargan la vida y nos quitan tiempo que podríamos aprovechar, en lugar de los 12 años que esos fierros necesitaron para transformarse en dinero para que una familia pudiera comer...

Vi sus fotos, casi invisibles por la humedad del tiempo, aquél Manolo que fué y ya no es, hasta las fotos tiré, porque son una postal congelada de tan solo un momento en la vida de una persona.
Ya no las necesito, tengo muchas imágenes del viejo que no salieron en la foto.., y que las tengo en el álbum de mis recuerdos, un álbum que no usa papel, usa neuronas.

Cuando mis neuronas ya no recuerden nada, habré vaciado mi caché, dejaré de poseer, y quizás, pueda ver quien soy, no éste, sino el otro, el que me espera para regresar a casa, esa que en nada se parece a ésta...

Dedicado a toda persona que en algún momento piense en éstas cosas que normalmente, no se escriben en un blog.




Gilgamesh***

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