domingo, 20 de septiembre de 2015

* La batalla de los despojos *

***Hermosa noche de Domingo para todos.

Finalmente lo que teníamos hoy al mediodía resultó ser una llamarada clase M 2.1 de larga duración, procedente de la mancha 2415;



Gran pero gran artículo de opinión y reflexión, de esos que pueden demoler argumentos por más rebuscados que sean, dedo en la llaga, certeras palabras, contundentes conceptos.
Para enseñarlo en los colegios..., para ponerlo en un cuadro, y para aplaudir de pie a ésta gran mujer, que dice las cosas...como son...

OFIR ABOY GARCÍA
La batalla de los despojos



El ser humano es capaz de las mayores proezas y de las más abyectas vilezas. Las atrocidades que vemos a nuestro alrededor me han convencido de que las guerras han servido para dar credibilidad a la crueldad. ¿Se puede entender sino como unas personas llegan a matarse para demostrar que tienen la razón?
Está claro que en todas las contiendas =y son muchas las que destrozan a diario vidas en el mundo= cada uno de los adversarios se enfrenta al otro por una creencia que cada parte considera no sólo absoluta, cierta e indiscutible, sino también excluyente a cualquier otra. Ya sea por cuestiones religiosas, ideológicas, económicas, políticas o sencillamente por alcanzar el poder y dominar al de enfrente, la verdad tiene un fundamento básico:

cada parte acabará por convencerse de que tiene razones suficientes para sentirse no solo superior a los demás, sino mejor en todos los sentidos.
Y para demostrarlo, vale todo con tal de destruir al contrario. Los *señores de la guerra* dan un primer paso y éste hace funcionar el axioma de que *toda acción genera una reacción*. El enfrentamiento =que se sabe como empieza pero nunca como acaba= destroza la convivencia, destruye vidas, genera rencores que se transmiten a generaciones, produce miseria y desolación, y al final, triste final, comienza el gran drama de la huida, de los refugiados.



Las guerras sólo generan la pérdida de valores universales. En lo ético y lo moral las personas se muestran solo en esos momentos realmente al límite, que es cuando lo que somos, nuestra esencia, nuestro interior, nuestro yo se hace real. Es cuando los valores como compartir, amar, servir, y perdonar se vienen abajo o se engrandecen.
Observamos, con cierta indiferencia, imágenes desoladoras en todos los informativos, mientras comemos tranquilamente un chuletón y aliñamos una ensalada. 

Esperamos al *me gusta* de la noticia en las redes o a que nos retuiten el horror de lo que está ocurriendo. Si la noticia no se hace viral, si no nos enseñan la batalla de los despojos, entonces no despertamos.
Estamos ante la mutilación de los valores esenciales. Las personas se vuelven ruines en la adversidad, no hacemos nada por el otro. Bueno, sí, damos a un *me gusta* a una imagen. Sentirse satisfecho con uno mismo, cada vez cuesta más poco.
Todos los días actuamos de acuerdo a un criterio, cada uno con el propio, pero no pensamos nunca en el grupo.



Sólo nos viene a la cabeza, ¿qué saco yo de todo esto? ¿qué es lo que me importa? ¿qué resultado me traerá? ¿en qué me afectará? ¿bajará la Bolsa? ¿aumentará el precio de la gasolina? ¿dejaré de viajar a países en conflicto? Es la nueva religión del siglo XXI, el yoismo, el darle más importancia al por qué y no el para qué, el pensar en uno mismo y no en la colectividad. El buscar el rédito personal y no el social. Si dejáramos de pensar en el yo, quizá podríamos dar paso a otra creencia: el nosotros.

Si hiciésemos abstracción de nuestros egoístas intereses y nos detuviésemos a pensar en *nosotros* nos rebelaríamos contra las injusticias que hay a nuestro alrededor, y no solo nos repugnaría verlas y reprobarlas en un tuit, iríamos mucho más allá. No las permitiríamos. Creer que a título individual no se puede hacer nada; que la solución no depende de uno; que no es fácil acabar con una debacle; que esas cosas corresponden al país o a las Naciones Unidas, o a las grandes potencias, es lo fácil. Lo difícil es comprometerse.
Lo importante es preguntarnos ¿qué podemos hacer, qué podemos aportar, cómo podemos solucionar el conflicto? Somos cómplices de nuestra silenciosa culpa, no hay más.



Egoísta por naturaleza, el hombre es un lobo para el hombre. No nos percatamos de que por pequeño que sea el gesto, por poco que sea el quejido, el hecho de levantarse, gritar y decir no, puede conducir a acabar con ese yoismo generalizado, sobre todo en las sociedades más desarrolladas. No podemos quedarnos en compartir una imagen, en retuitear un mensaje, no podemos seguir siendo papanatas, y crueles por omisión, más tiempo.
Todo el que se quede callado ante un ser vivo que sufra consigue que se me revuelvan las tripas.

Y sí, no me duelen prendas al calificar de cobardes, insolidarios ególatras y narcisistas a quienes miran para otro lado.
Deberíamos estar cerca de las personas que se implican, dan un paso adelante y no se conforman con recoger los despojos que quedan en el campo de batalla.
Somos lo que hacemos, no lo que los demás quieren que hagamos. Somos lo que pensamos, no lo que los demás quieren que pensemos. Somos lo que decimos, no lo que callamos.
Ya está bien de que no se nos escuche.



¡¡Bravo Ofir Aboy García!!, Gnosis siglo 21...la escencia nunca se pierde, ni en 2.000 años..., identificar la raíz ajena y la propia fué el desafío, cómo contrarrestarlo..., cómo obrar.,...el verbo empoderado para poner de manifiesto la idea, esa que debemos dejar fluir y no alcoholizarla con la pasiva ignorancia.
¿Seremos capaces de hacer el cambio?...
Ni estamos solos...ni somos pocos...ni somos débiles..

Gilgamesh***

Fuente;
-elcorreogallego

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