lunes, 1 de febrero de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los cataros-parte 5 *

***Hermosa primera noche de Febrero 2016 para todos.
Continuamos con ésta quinta parte del importantísimo estudio del Profesor Abel Ignacio López sobre los Cátaros y al final les dejo un audio que podrán escuchar si es que logran ver el reproductor, aclaro ésto porque dependerá siempre del tipo de navegador que tengan, incluso de los complementos y demás yerbas que tienen que ver con internet. 
El audio pertenece al colega Marcelo Quiroga, quien tiene su programa; *Otras Alternativas*, que se emite los Domingos a la medianoche por Radio2 de Rosario, AM 1230 Khz. Se los comparto porque lo considero muy didáctico para quienes ven en la re-encarnación, la oportunidad de evolucionar, de tomar siempre lo mejor, aún cuando interpreten que la están pasando mal. 
Espero sea de vuestro agrado.

1. La nobleza

Los grandes dignatarios, de una u otra forma, simpatizaron con los Cátaros: Raimundo VI de Tolosa, Raimundo Roger de Trancavel y Ramón Roger, conde de Foix. Lo mismo se puede decir de la pequeña nobleza asentada en fortalezas y castillos. Esta pequeña nobleza sufrió los efectos del fraccionamiento de las propiedades como consecuencia de que en Languedoc, a diferencia del norte de Francia, no se extendió la práctica de la primogenitura. El efecto fue un mayor número de nobles empobrecidos. Su apoyo a la herejía tiene menos que ver con la aceptación de la doctrina que con intereses materiales: estaban poco dispuestos a doblegarse ante la exigencias de la Iglesia católica que exigía diezmos. 

Es esta una hipótesis que otros historiadores han desarrollado atendiendo con mayor detalle a las circunstancias económicas y demográficas del Languedoc. 
Según el análisis de Labal, la fortuna de la pequeña nobleza no provenía de la explotación directa de los campesinos. Dependía de colonos que pagaban rentas fijas en dinero, las cuales, al aumentar el costo de vida, como en efecto ocurrió hacia 1150, perdían su valor inicial. Eran rentistas en apuros. Al atravesar por tantas dificultades, su enfrentamiento con los clérigos se hizo más fuerte.



El antagonismo giraba alrededor de los diezmos parroquiales, que por mucho tiempo estuvieron en poder de los señores en virtud del derecho de protección que éstos ejercían sobre las parroquias. Como patronos, protegían a las iglesias, nombraban los párrocos, e incluso daban en herencia o en donación sus derechos sobre las iglesias. Estas prácticas fueron severamente condenadas por la Reforma Gregoriana de finales del XI y comienzos del XII. 

Su efecto fue la restitución de los diezmos a la Iglesia. Las tensiones se agravaron hacia los años 1150-1175 como consecuencia de la presión demográfica. En algunas diócesis, las cesiones se interrumpieron hacia la mitad del siglo. El alza de precios con rentas fijas empobrecía a la nobleza, mientras el clero se enriquecía. No es de extrañarse, pues, que el discurso Cátaro que habla de la Iglesia del diablo, que fustiga la codicia de los obispos haya tenido eco y haya habido nobles que defendieron a los herejes contra los cruzados católicos.

2. Las ciudades

Los habitantes de las ciudades fueron también puntos de apoyo. Las élites burguesas fueron las primeras en permitir la práctica y devociones de la herejía. Los comerciantes y prestamistas encontraron un respaldo espiritual, debido a que los Cátaros no se oponían al préstamo con interés. 
Más aún, los mismos *buenos hombres* se dedicaron con éxito a esta actividad. Tisserands, tejedores, era un término usual para designar a los Cátaros y ello era así por el gran número de obreros que seguían a los buenos hombres. 

*En su mayoría la burguesía occitana estuvo del lado de los Cátaros*. El asunto, sin embargo, parece más complejo. Lo aconsejable es la prudencia antes de formular conclusiones tan contundentes, como las propuestas por Mestre. 

Veamos por qué.
Primero, porque, en principio, la herejía podía encontrar mejores condiciones de apoyo en las ciudades que en el campo. En aquéllas, los contactos son más complejos. Se observa allí una ruptura con los marcos tradicionales; a las ciudades llegaban quienes habían sido expulsados de sus diócesis y podían hallar protección, apoyo y audiencia. Había pues mayores posibilidades que en el campo de atraer seguidores, de reunirse.



En este sentido, las herejías y la expansión de las ciudades fueron fenómenos concomitantes. Sin embargo, todo parece indicar que es preferible hablar, como lo sugiere, C. Thouzeillier, de fluctuación en los apoyos. En efecto, en ciertos momentos, algunas ciudades y sus gobiernos respaldaron la herejía y en otros momentos estuvieron en contra. 
Hubo ciudades como Narbona que contuvieron la herejía y otras, como Cahors, que la redujeron a casi nada. 
La conclusión de Paul Labal es que las ciudades más grandes, esto es, las sedes episcopales, no desempeñaron el papel que era de esperar, o por lo menos el papel que los escritores católicos del siglo XIII les atribuyeron como soporte de los Cátaros.

Segundo: es apresurado concluir que como la Iglesia catara no se oponía a los préstamos con interés y la católica sí lo hacía, entonces los prestamistas y comerciantes le habrían brindado apoyo a la primera de ellas, como se deduce de lo escrito por Mestre. 
Cosa distinta ocurrió en la ciudad de Tolosa, según lo muestra Robert Moore. 
Allí, si bien es cierto que un buen número de personas pertenecientes al patriciado urbano se hicieron herejes, también entre esa misma clase se reclutaron los miembros que conformaron la confraternidad blanca organizada por el obispo Foulque contra la herejía después de 1206.



Las familias que apoyaron a los herejes fueron aquellas cuya posición económica se vio amenazada por la desvalorización de sus tierras arrendadas y que culpaban de su situación a los acumuladores de la nueva riqueza: los grandes mercaderes y prestamistas. Estos prefirieron mantenerse católicos y hacerse más bien benefactores de la Iglesia, de los hospitales e instituciones de caridad, que en buen número se fundaron por aquellos tiempos. 

De manera que los principios doctrinales, por lo menos en este caso, no incidieron de forma inmediata sobre los grupos sociales que aparentemente podrían sacar ventaja de esas doctrinas y que, por lo tanto, no todos los comerciantes y habitantes de las ciudades eran potenciales herejes. 
Lo que muestra el caso de Tolosa es que los cambios económicos =el desarrollo del préstamo, y de la economía monetaria= no afectaron de la misma manera a los distintos habitantes de la ciudad, e incluso a los miembros de una misma clase =comerciantes= o una misma familia.
Tercero: En 1209, cuando tuvo lugar el saqueo de Beziers, el mando cruzado elaboró una lista de posibles herejes de la ciudad.



Constaba de 220 nombres, de los cuales 200 eran comerciantes y artesanos. Con base en esto, Mestre deduce que en la época de la cruzada en la ciudad había 200 perfectos de origen burgués, cifra que él considera muy importante para una ciudad con quince mil habitantes. Labal advierte, sin embargo, que se trata apenas de una relación de sospechosos, muchos de los cuales eran simples creyentes o simpatizantes. 

De varias personas se dice que *se les ha visto en dos ocasiones en las predicaciones de los herejes*. 
A continuación de algunos nombres, se encuentra la palabra *val*, por lo que es de presumir que eran *valdenses*, es decir, seguidores de Pedro Valdo y por lo tanto no eran Cátaros. No es fácil, pues, establecer el número de perfectos de origen burgués.




Gilgamesh***





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