viernes, 4 de marzo de 2016

* Disidencia y poder en la edad media: la historia de los cataros-parte 7 *

***Bella noche de Viernes para todos. Vamos a continuar con nuestra saga sobre los Cátaros, el enorme trabajo del Dr. Abel Ignacio López sobre la misteriosa cultura Cátara.
Y ya nos acercamos al final con éste penúltimo capítulo;

¿Una religión para mujeres?

Con esta pregunta, Anne Brenon cierra el capítulo en el que estudia la relación entre herejía y mujeres. En efecto, la mujer tuvo especial acogida en el catarismo. Este les otorgaba a las perfectas ciertos derechos que el catolicismo les negaba. Especialmente, las aristócratas formaron parte del clero cátaro: podían administrar el consolamentum, presidir la bendición del alimento y también predicar. Eran, pues, verdaderas sacerdotisas. Participaban en la administración y gestión de lo sagrado. Las perfectas, a diferencia de las monjas católicas, no estaban separadas del mundo y desempeñaban un papel efectivo en la educación de su familia y del vecindario. Un buen número de Cátaras eran viudas y madres. 

Es notable el papel de las mujeres en el clero Cátaro, si se compara la proporción de mujeres perfectas con la de monjas. Según cifras provenientes de la Inquisición, a comienzos del siglo XIII, en algunos lugares, la proporción de perfectas llegó a ser del 45% comparado con el 5% de mujeres en el clero regular católico. Esta situación particular no impide desconocer que aún en el catarismo las mujeres estaban subordinadas a los hombres. Sus tareas de sacerdotisas sólo las realizaban cuando no había un perfecto presente. Nunca llegaron a desempeñar el cargo de obispo y ni siquiera el de diácono.



El catarismo mismo es el principal responsable de esta notable presencia femenina. En un mundo de tan pocas posibilidades de expresión para la mujer, la herejía brindaba una oportunidad de libertad. Y es cierto. Como quedó dicho, la herejía otorgaba poder a quienes carecían de él, según el análisis de Moore.
A ello pudo haber contribuido también la situación demográfica, económica y religiosa del Languedoc, por varias razones. Primera, la superpoblación a la que se hizo referencia parece haber afectado más a las mujeres: la migración era menos fácil para ellas. 

Segunda, se sabe que la herejía afectó a las familias numerosas, lo cual pudo resultar de una conciencia confusa del carácter maléfico de la familia que algunas mujeres intentaron sublimar en el catarismo. Tercera, la búsqueda de protección económica. Así lo reconocía el famoso dominico Jordán de Sajonia. Según él, los padres confiaban a sus hijas a los herejes para que las instruyeran y alimentaran. Cuarta, en el Midi francés se fundaron pocos conventos femeninos. Se ha hablado de desierto monástico. Y finalmente, la violencia de los guerreros. Las viudas de las guerras, al ingresar a la orden de los herejes pudieron encontrar restituida su dignidad.



La cruzada: ¿fin del sueño occitano?

*Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos...*;
ArnautAlmaric,delegado papal.

El papa Inocencio III proclamó una cruzada contra los príncipes del Languedoc con el fin de obligarlos a perseguir a los Cátaros. Se trató de una empresa militar en la que participaron nobles franceses primero y luego el mismo rey de Francia. El principal beneficiado de esta atroz guerra fue la monarquía francesa. Perseguir a los herejes fue simplemente la excusa para un propósito político: ampliar los territorios sobre los cuales el rey ejercía control directo. En este orden de ideas, la cruzada forma parte del proceso de formación del Estado moderno y de la nación francesa misma.

La historiografía sobre esta cruzada ha estado vinculada a las luchas políticas regionales y nacionales de Francia. Así lo demuestra André Roach. En efecto, para algunos investigadores, el triunfo capeto sobre el Languedoc fue el precio necesario que había que pagar en la consolidación de la unidad frente al peligro que significaba el catarismo y el regionalismo. Se ha llegado incluso a justificar las atrocidades de la guerra con el argumento de la necesidad de la unidad religiosa en la formación de la nación.



Otros historiadores, en cambio, prefieren poner el acento en lo que el mismo Roach denomina la idea de países perdidos; arguyen que fue precisamente la cruzada contra los Cátaros la que frustró el proceso de formación de la nación occitana. Al ser derrotada, la Occitania fue absorbida y entró a formar parte de la moderna Francia. Mestre comparte este punto de vista. 
Según él, la batalla de Muret =1213=, en la que fue derrotado el conde de Tolosa, es una pieza clave, un momento decisivo en el camino de la unidad nacional. 

Es el origen de la unidad francesa y el fin del sueño occitano. Esta última apreciación la repite a propósito del acuerdo de Meaux =1229=, pactado entre el conde de Tolosa y el monarca francés y con el cual prácticamente se puso fin a la cruzada.
El sueño occitano al que se refiere el autor es el porvenir nacional, a juzgar por la cita de los versos provenzales de Víctor Balaguer en los que se apoya. Conviene, sin embargo, establecer algunas precisiones. Lo que se desprende del estudio de Roach es que, a pesar de la unidad lingüística, la Occitania, al iniciarse la cruzada, carecía de identidad colectiva. Lo que se encuentra, en cambio, son estereotipos que expresaron gentes de fuera de la región: los franceses del norte.



A los del sur se les consideraba avaros y poco belicosos. Además, se reconocía su tolerancia religiosa. Pero aún teniendo esto en cuenta, no se puede hablar de sentimientos nacionales. Se carecía de instituciones políticas alrededor de las cuales se pudiese aglutinar un sentimiento occitano. Los príncipes no habían constituido un monopolio de autoridad legítima y más aún ninguno de ellos manifestó especial interés en forjar la presunta identidad nacional. Cada condado y vizcondado tenía sus propias metas. El más poderoso de ellos, el condado de Tolosa, no controlaba la región. 

Esta se había convertido en teatro de los intereses franceses e ingleses. La reacción inicial ante la cruzada mostró que se carecía de unidad de propósitos y que eran pocos los signos de conciencia colectiva. Paul Labal ha hablado de guerra civil en la que todavía no se llegaba al enfrentamiento entre el norte y el sur. Varios nobles meridionales se unieron a la cruzada de la cual su abanderado en Tolosa fue el obispo Foulque. 
Es cierto que tras la batalla de Muret los ejércitos cruzados estuvieron cada vez más conformados por tropas del norte y que como consecuencia de ello se creó cierto espíritu de unión en el sur.



La cruzada comenzó a verse como una invasión por parte de la Francia del norte. 
Al otorgar privilegios a la Iglesia católica, amenazar las libertades urbanas, imponer unos principios del norte, como el carácter obligatorio del mayorazgo, restringir las alianzas matrimoniales de los caballeros occitanos, los estatutos de Pamiers de 1213 reunieron contra la cruzada a nobles, burgueses y caballeros. 
Y con ello se forjaron algunos signos de conciencia común. 
Es el tipo de lealtad local que algunos historiadores califican como sociedad prenacional, pero acá no se puede ver las semillas de lealtades más amplias.

Gilgamesh***

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