lunes, 21 de marzo de 2016

* ¿Qué hay después de la muerte?-Parte 20 *

***Bellísima noche de inicio de Otoño para los del medio mundo hacia abajo, y Primavera para los del medio mundo hacia arriba.

Avanzamos con el estudio de Pomés;

Ciertamente, la mayor parte de las imágenes suelen tener, según parece, una importante carga emotiva, o quizás sean esas las que luego se recuerdan con mayor intensidad. No siempre son necesariamente agradables. Respecto al número de memorias y el entorno en que ocurrían, es interesante mencionar el siguiente testimonio: *Las memorias acudían a mi memoria en su posición temporal exacta. Ni antes ni después. Es como si toda mi vida volviese a suceder otra vez. Miles de imágenes y escenas se sucedían camino al hospital. Me encontraba, literalmente, en una nube de la que salía y entraba de manera esporádica. Era como si algo tuviese un mando a distancia que controlase la aparición de las imágenes y su velocidad de presentación. 

El tiempo era irrelevante, podía ir hacia delante o hacia atrás con suma facilidad*. En Australia, en 1988, Keith Basterfield observó que de doce pacientes que habían sufrido una ECM tan solo dos reportaron haber vivido una revisión vital. Uno de los estudios que más me ha llamado la atención es el realizado por David Rosen, en 1975, en el que encuesta a ocho de un total de diez personas que sobrevivieron a diferentes intentos de suicidio arrojándose desde el mundialmente famoso puente Golden Gate, en la ciudad de San Francisco.



Rosen planteó cuestiones relacionadas con su intento de suicidio, tales como su experiencia como suicidas y alguna posible ECM. El grupo de entrevistados estaba compuesto por siete varones y una mujer, con una edad media de veinticuatro años, y resulta importante reseñar que tres de los ocho se encontraban en tratamiento psiquiátrico previo. Resulta curioso que casi la mitad de ellos afirmara que nunca se habrían intentado suicidar si el puente no hubiera existido. Y también indicaron que el propio nombre, Golden Gate =puerta dorada=, influyó en su fatídica decisión. Para entender qué puede suceder durante esa caída conviene conocer algunos datos. Por ejemplo, la altura en la zona central del puente hasta la superficie del agua es de aproximadamente 70 metros.

Un cuerpo humano llega a alcanzar los 120 km/h antes de impactar contra el agua. Es decir, que el sujeto cae durante un periodo que oscila entre tres y cuatro segundos, y que este breve tiempo puede ser, según parece, eterno para algunas personas. Más aún, en el estudio de Rosen cinco de las ocho personas afirmaron que la caída pareció durar desde horas, hasta una eternidad. Resulta llamativo que en otras situaciones similares, como en las caídas por accidentes de montañismo, se den situaciones similares.



Un aspecto a resaltar es el momento psicológico y nuestras reacciones en el momento del accidente, lo que podría ayudar a comprender cómo, en vez de pánico y embotamiento mental, se viven otros sentimientos más acordes con el tema que estamos tratando.
Por ejemplo, una de las personas que entrevista Rosen afirma: *Era una sensación buena, no grité para nada. Fue la sensación más placentera que nunca he tenido. 
Vi el horizonte y el cielo azul y pensé en lo bello que era todo*. Otro superviviente dijo encontrarse muy tranquilo, como si fuera un sueño y que nunca pensó en que se estaba muriendo. Otro sujeto notó una sensación de alivio y paz durante la caída. 

A algunos parece que la experiencia les haya dejado psicológicamente atrapados en ese momento: *Todavía me encuentro en algún lugar entre el puente y el agua*. Sin embargo, es de resaltar que en el estudio de Rosen ninguno de los ocho supervivientes tuvo la sensación de revisión de la vida. Tan solo uno creyó reconocer a su padre en uno de los empleados del puente que se le acercaron para disuadirle del suicidio y otro llegó a pensar, durante la caída, que era inocente, además de tener un pensamiento acerca de la bondad de su madre.



En el caso de los supervivientes de suicidio con una decisión tomada de antemano, que han meditado sobre su acto y, en muchos casos, han realizado un examen de su vida en los días anteriores, no se suele presentar la revisión brusca y rápida que suele ocurrir en las personas que, por ejemplo, padecen un accidente y necesitan una orientación espaciotemporal, quizás comparando el evento momentáneo y traumático con sus memorias y vivencias anteriores. Es llamativo que la revisión vital se mencione en muchas religiones. Algunas lo encuadran dentro del concepto de juicio vital, que determina las bondades o los errores de nuestras vidas y que catalizan una condena o absolución. 

En definitiva, un balance de la situación en presencia de una entidad que parece entenderlo todo. Más aún, ese entendimiento de lo que aconteció se ve acompañado de valoraciones propias, en las que emociones se van desarrollando paralelas a lo que se desliza delante de nuestros ojos. En el Libro del esplendor =Zohar= de la cábala judía se describen varias tradiciones en relación al destino de la persona y de su propia alma relacionadas con la muerte.



En este caso no es la persona moribunda, sino el mismo Dios el que realiza la revisión: *Cuando Dios decide recibir de vuelta un espíritu humano pasa revisión a todos los días de la vida de esta persona mientras se encontraba en este mundo. Radiante el hombre cuyos días pasen delante del Rey sin culpa alguna, sin que Él rechace ni uno solo debido a un simple pecado*. Una vez que se ha llevado a cabo la revisión de nuestra vida, se produce la decisión de seguir adelante o, por el contrario, volvernos por donde hemos venido. Esta decisión no parece ser del todo voluntaria, ya que en muchas ocasiones la entidad o el familiar que nos ha recibido nos recomienda u ordena, dependiendo de los casos, dejar nuestra muerte real para mejor momento. 

Algunas personas describen en ese escenario a una entidad vestida de blanco que telepáticamente =o al menos sin palabras= establece ese diálogo, mientras el resto de familiares se posiciona silenciosamente en segundo plano. 
Más allá de ellos nadie parece ver o vislumbrar qué es lo que hay. Robert Brumblay afirma cómo el tiempo y el espacio se encuentran íntimamente relacionados desde que se desarrolló la teoría de la relatividad por parte de Albert Einstein.



Si las dimensiones espaciales son percibidas de una manera distinta durante las ECM, también sería de esperar que el tiempo fuese percibido de manera alterada respecto a la normalidad. La mayor parte de las personas que han sufrido una ECM suelen afirmar que se sentían como si estuviesen fuera del tiempo durante el transcurso de su experiencia. Si pudiésemos movernos realmente fuera del tiempo, ¿qué es lo veríamos o sentiríamos? Si el tiempo se considera una dimensión íntimamente relacionada con las dimensiones espaciales, sería lógico considerar que al encontrarnos en una región hiperdimensional tendríamos una percepción del tiempo semejante a la de los objetos espaciales en esta supuesta cuarta dimensión. 

Es decir, seríamos capaces de percibir acontecimientos que ocurren a lo largo de mucho tiempo y verlos de manera instantánea. 
O incluso ver acontecimientos que han ocurrido en el pasado o en el futuro como si de una misma cosa se tratase. 
Mientras que los objetos del pasado aparecerían de una forma fija, los del futuro aparecerían de forma incompleta. El futuro podría incluir un número de diferentes posibilidades que podrían ir cambiando según la posición del observador.



Algunos aspectos de las ECM parecen ser traducidos de una forma metafórica por los que las han vivido, ya que no pueden explicar con claridad la temporalidad alterada. Por ejemplo, la decisión de volver o no a la vida durante una ECM parece estar asociada con una representación física de unos límites a partir de los cuales ya no se puede volver. En su primer libro, Raymond Moody relata cómo este límite parece ser un brazo de agua, una niebla gris, una puerta, una reja en un campo o simplemente una línea. Todas parecen ser representaciones metafóricas de un punto de decisión a partir del cual ya no se puede volver a la vida. 

En definitiva, una metáfora perceptiva del pasado y del futuro. Según Robert Kastenbaum, en su obra *Consideraciones psicológicas del proceso de morir*: *La muerte no existe en un mundo sin tiempo ni espacio. Ahora Besso =un viejo amigo= se ha ido de este mundo tan solo un poco antes que yo. Eso no significa nada. Personas como nosotros sabemos que la diferencia entre pasado, presente y futuro es tan solo una mera ilusión persistente*. Una vez que se ha pasado la fase extracorpórea, se llega a una fase de intensa luminosidad donde suelen habitar seres o entidades de diversa índole.



En ocasiones son personas por nosotros conocidas pero que fallecieron hace tiempo, tales como familiares o amigos. El conocido investigador Kenneth Ring afirma que el 41 % de las personas que han sufrido una ECM se encuentran con alguna presencia, mientras que el 16 % se encuentra con alguna persona, ya fallecida, a la que quiso en vida. Greyson asegura que de 250 casos de su muestra, hasta un 44 % llegó a encontrarse, durante su ECM, con personas ya fallecidas. En muchos casos se ha atribuido este tipo de experiencias a alucinaciones o a deseos muy íntimos de reunirse con personas muertas. 

Sin embargo, si observamos estudios de personas que han sufrido alucinaciones, lo que suelen percibir es la ilusión de personas que todavía están vivas. Asimismo, si fuese todo ello tan solo un problema de meras expectativas, es decir, de desear ver a determinadas personas que ya murieron, no ocurriría, entonces, la visualización de personas, como de hecho ocurre numerosas veces durante la ECM, que uno desconoce o que, por el contrario, aún viven. Más aún, si todo fuera cuestión de expectativas, entonces también sería difícil comprender por qué muchas de las personas que sufren una ECM dicen volver a la vida terrenal porque echan de menos a los que han dejado atrás.



Gilgamesh***

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